Antes del inicio escolar es necesario realizar controles médicos que aseguren que los niños y niñas gozan de buena salud, o con el fin de tomar las medidas necesarias para mejorarla o para evitar futuros problemas. Además de la consulta con el pediatra, para estas evaluaciones de aptitud física habrá que visitar especialistas que realicen exámenes visuales, auditivos, odontológicos y, en ciertos casos, cardiológicos. El inicio escolar es también un valioso momento para revisar las vacunas y ponerse al día con los esquemas detallados en el Calendario Nacional de Vacunación. A continuación, repasamos las vacunas requeridas según la edad.
Ingreso a primer grado (5-6 años).
Los niños y niñas que inician el primer grado deberán recibir las siguientes vacunas:
Estas indicaciones son fundamentales para completar el esquema de dosis que permite lograr las defensas necesarias o para mantener las defensas adquiridas con esquemas que se completaron antes de esta edad, ya que la inmunidad puede disminuir con el tiempo, lo que vuelve a los chicos propensos a contraer enfermedades.
Niños y niñas de 11 años.
De acuerdo con el Calendario Nacional, deben recibir estas vacunas:
El inicio de las clases es también una oportunidad para controlar los carnets de vacunación de los hermanitos, padres y abuelos. Los adultos mayores necesitan vacunarse, en especial, contra la gripe (en forma anual) y contra el neumococo (principal bacteria que produce neumonía).
Beneficios para tener siempre presentes
Las vacunas son seguras y efectivas. Interaccionan con el sistema inmunitario y producen una respuesta inmunitaria similar a la generada por la infección natural, pero sin causarla y sin exponer a la persona inmunizada a sufrir las posibles complicaciones de la enfermedad. Sus efectos adversos son, en la mayoría de los casos, leves, por ejemplo, dolor en el sitio de aplicación, fiebre o malestar durante las 48 horas posteriores.
Las vacunas, entre ellas, las del ingreso escolar, no solo previenen o evitan la transmisión de enfermedades no eliminables (por ejemplo, la tos convulsa, el tétanos y la difteria) y de algunas que, por lo general, son benignas, (como las paperas), sino que son clave para mantener a nuestro país libre de enfermedades muy serias, como el sarampión, la rubéola y la poliomielitis.
Al vacunar a nuestros hijos contra esas enfermedades, estas circulan mucho menos en la población, por lo que beneficiamos también a la familia, a los compañeros que tienen contraindicaciones para vacunarse y al resto de la comunidad. Este beneficio indirecto de la vacunación se llama “efecto rebaño” y se logra cuando la proporción de personas inmunizadas en la comunidad es lo suficientemente elevada. Así se evita la propagación de enfermedades a personas que no pueden vacunarse, por ejemplo, quienes están enfermos o con las defensas bajas, o los recién nacidos. Por eso, vacunarse es un compromiso de cada uno con la salud de todos.
Dra. Lilián María Testón
Médica infectóloga. Coordinadora del Departamento de Epidemiología de FUNCEI (Fundación del Centro de Estudios Infectológicos).